Ella se levantó. Era un sábado, y a diferencia del resto de los días, solía aprovechar el sábado para hacer cosas que le gustaban, pero ese sábado se había despertado gris y lluvioso. ¿A mediados de julio con semejante lluvia y un cielo tan negro que parecía de noche? Aturdida, miró su reloj, eran las 08:47. Muy temprano aún, quería descansar un poco más, pero ella es de las que una vez abre los ojos ya no vuelve a dormir. Y así fué; decidió darse una ducha y desayunar un par de tostadas con esa mermelada que tanto le gusta pero que apenas come porque es muy cara. Perra vida pensó, que no puede permitirse más caprichitos.
Tras pasar por la ducha y arreglarse un poco, se miró al espejo y sonrió. Era una chica muy guapa, pero ella no era de esas chicas que hace ostentación de su atractivo, y siempre intentaba pasar desapercibida, lejos de las garras de hombres que sólo deseaban su cuerpo en una noche loca pero sin pasión ni sentimiento. Ella era diferente, disfrutaba con pequeños placeres de la vida, disfrutaba con la compañía de un amigo, un amigo que le prestara más atención a ella que a sus pechos. Unos pechos perfectos, redondos, ni demasiado grandes ni demasiado pequeños, en su sitio. Sus curvas, su figura...eran una delicia para cualquier hombre. Por eso tenía pocos amigos. Todos terminaban enamorándose de ella o más bien de su cuerpo. Antes de que pudieran conocerla y preocuparse por sus inquietudes y escucharla, ya estaban cortejándola. Se desvanecía. Lloraba, se deprimía. Maldecía éste mundo que la había arrinconado y que la había hecho invisible a ojos de las personas.
Salió a la calle, hacía frío, seguía lloviendo y se veía poca gente por la calle. Sólo una mujer de mediana edad, con cara de pocos amigos. Iba también muy arreglada y parecía cómo si no hubiera pasado por una cama desde más de 24 horas. Pero sí había pasado por una cama, sí. Y ese era el motivo de su cara de pocos amigos. Una de esas noches locas, sin pasión y sin sentimiento. Era el barrio de las mujeres pasionales, sentimentales, románticas. No tenían cabida las libertinas y las promiscuas. Las dos chicas se cruzaron y se miraron, una leve sonrisa, pura cortesía. Ella se sentió un poco intimidada, pero siguió caminando, aún sin saber a dónde se dirigía. Quería pasar un sábado de esos que tanto le gustan, tomando un café mientras lee un libro de poemas que uno de los pocos amigos que tenía, le regaló. No era alguien conocido, pero había un poema en ese libro que la hacía llorar por dentro, que la deshinchaba, la deprimía. Significaba muchísimo para ella. Nació llorando, se había pasado media vida llorando, y sabía que moriría llorando. Ironías del destino, nunca había visto llorar a nadie más. Nunca había conocido a ningún amigo que llorara por ella, aunque ella sí había llorado por muchos de sus amigos. Se preocupaba por los demás, quería siempre lo mejor aunque no siempre lo conseguía.
Se dirigió a su café predilecto, se sentó en su mesa de siempre, desde dónde podía contemplar todo el parque y ver cómo la vida transcurría agradablemente. Pero ese sábado era un día fatídico, ni una sola alma recorría ese parque siempre vigoroso, verde, rebosante de vida. Ese parque ese sábado estaba desierto, muerto, tan vacío, sin rastro de esa alegría que desprenden algunos seres. No le gustaba la lluvia. No le gustaba llorar. Odiaba sentirse tan sola, tan lejos de sus amigos más cercanos, tan lejos de todo, se alejaba sin remedio alguno y necesitaba que alguien la rescatase o ya nada en éste mundo conseguiría enderezar el rumbo de su barquito en medio de este gigantesco charco. Se puso a leer su poema favorito, y al pronunciar mentalmente los primeros versos llenos de tristeza y melancolía, advirtió la presencia de un chico. Era un chico normal, llevaba gafas, pelo largo, desordenado, no se afeitaba. Eso le gustó, daba la impresión de no atarse a nada ni nadie. No era delgado, pero tampoco estaba gordo. Para muchas personas, su presencia hubiera sido incómoda, se hubieran molestado. Pero ella se percató de que aquél chico era otro ser solitario como ella, otra persona que no buscaba una noche loca sino una chica con la que compartir esas inquietudes que le animaban a seguir viviendo, un chico que buscaba una chica con la que disfrutar tanto mentalmente como físicamente, a partes iguales. Que su clímax no sólo fuera algo físico, algo secundario tal vez. Tanto ella como él buscaban enriquecer su propia alma con otra persona. Las noches locas vendrían luego.
Ella le invitó a sentarse, y pregunto por él, le hizo las típicas preguntas que uno hace cuando empieza a conocer a alguien. Pero no, ya se conocían. Les había presentado un amigo. Ese amigo siempre había creído que encajarían perfectamente, aunque él sólo dispuso las cosas para que el encuentro fuera posible, y lo que sucederia posteriormente, era cosa de ellos dos. El amigo, desapareció. Era su Celestina particular, el consejero de ambos.
Tras una charla un tanto inusual, los dos advirtieron que algo pasaba, que su cuerpo notaba una sensación extraña, casi desconocida para ellos, una sensación de alivio y de alegría y jolgorio que les hacía sonreír y seguir charlando de cualquier tema. Necesitaban hablar, necesitaban conocerse, estaban experimentado una sensación orgásmica mental, estaban hallando el camino a ese clímax que tanto anhelaban. Se sentían bien.
Pero él se enamoró. Era un chico débil, era solitario y había aprendido a vivir así, deseaba la compañía de alguien que le comprendiera y que estuviera con él. Como todos, deseaba también a una mujer con la que desatar su deseo carnal, pero para él era igual de importante una cosa como la otra. No le producía ninguna sensación positiva el pasar una noche loca con una mujer con la que no podía mantener una conversación o no podía enlazar más de tres frases seguidas. No podía.
Cuando ella advirtió que él estaba enamorado de ella, ella quiso pararle los pies. ¿Destrozar de nuevo aquella bonita amistad por una noche loca? Ella comprendió que subir un peldaño más en su relación les llevaría a la destrucción de la propia relación y el hundimiento de los dos barquitos en medio del gigantesco charco, lleno de yates y cruceros. No quería. Ella ya tenía otro barquito que siempre había anhelado, con el que había chocado una vez tras otra, y aún habiéndose hundido, volvía a flote y continuaba el abordaje. Pero ella también recibía el abordaje del otro barquito. Estaba confusa. Y él lo comprendió. Si seguía el abordaje, se hundiría él. Volvió a su camarote y se rindió. Una vez más había encontrado un barquito superior al suyo.
Ella se fue con su barquito a dar la vuelta al charco. Y él se quedó con su barquito atracado en el puerto, esperando tal vez la llegada de otros barquitos de su tamaño, o tal vez el retorno de su barquito predilecto. Fue paciente, y el haber esperado obtuvo su recompensa. Ella volvió, pero sabía que él aún tenía unos sentimientos no correspondidos. Ella creía que todo era un deseo sexual, una noche loca, un abordaje en el que le robaría su más preciado tesoro y se volvería a casa mostrando su tesoro a todos los demás barquitos. Y ella no quería.
Él, con su barquito, no podía hacer más de lo que sabía. Y no sabía cómo demostrarle que no era eso lo que quería, sino que quería dar la vuelta al charco con ella, pasear, disfrutar...Compartir las inquietudes. El barquito platónico volvió y se interpuso. Ella, le explicaba a él los problemas, y él no sabía que hacer. Por un lado, quería ayudarla, pues si no podía hacerla feliz él, esperaba que el otro barquito pudiera complacerla. Pero por otro lado, odiaba ese barquito, lo quería ver hundiéndose y apartarlo del camino. Pero nunca le transmitió ese sentimiento a ella.
¿Qué hacer? Tras un tiempo, tras haber conocido otros barquitos, tras un periplo por otros puertos y conocer nuevos barquitos, él emprendió de nueva la ruta hasta el puerto dónde ella había atracado su barquito. Él estaba desolado, se había hundido aún más y no podía volver a flote.
Sólo ella podía reflotar su barquito y de una vez por todas, emprender el rumbo juntos. Porque él siempre quiso algo más que la noche loca. De hecho, la noche loca era secundario, quería estar con ella, quería compartir su vida con ella, quería pasar las tardes, las noches, el tiempo libre con ella, definirse y conocerse el uno al otro y dejarse de otros barquitos que no hacían sino hundirlos a los dos y que los llevaban directos al remolino de agua, un lugar dónde definitivamente quedarían atrapados y nunca, nunca, nunca más, volverían a salir.
Porque eran iguales, porque los demás barquitos lo veían y lo sabían. Pero ellos dos, nunca serían capaces de tomar semejante determinación.
Nunca.
(Ella despertó. Era un sueño. Tal vez revelador. Nunca más se supo.)
PD: Quiero irme a la mierda, ya no sé ni cómo declararme.
PD2: Empiezo escribiendo una cosa y termino con otra. Quiero irme a la mierda.
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3 comment(s):
Si no sale a la primera, déjalo estar, ya saldrá. La prisa por acabar lo ha dejado inacabado.
"El Autor" no habla de ti, mi joven maestro. No creas ser el libro amarillo, es mi vida de la que hablo. Es la vida en general. Vuelve a leerlo.
Un saludo, artista
By Joni, at domingo, julio 10, 2005 8:29:00 p. m.
Esto está escrito desde hace tiempos inmemoriales. Lo tenía en el pc y he decidido colgarlo.
By aguantísimo, at domingo, julio 10, 2005 8:41:00 p. m.
Eso ya me lo imaginaba, cielo.
By aguantísimo, at lunes, julio 11, 2005 3:09:00 p. m.
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