guía para ingenieros espirituales

miércoles, marzo 09, 2005

Estas son algunas de mis convicciones. Si no le gustan tengo otras.

Vale, cambio de tercio. Llevo todo el día pensando en publicar este post. Por la mañana me he levantado y he dicho, basta. Almenos hasta nueva orden, así que dejando de lado a la loquera, nos introduciremos en el tántrico mundo de mis convicciones. Aquello en lo que creo, lo que dejo de creer, lo que soy, lo que dejo de ser y lo que no sé si soy o dejo de serlo.

Un post de esos que termina gustando a cualquiera porque dices, coño, así que el indómito este de los cojones piensa tal y no cual. Curioso ¿verdad? Bueno, lamento posibles decepciones que os podáis llevar, pero tal vez mis convicciones se tambaleen más de lo que pueda pensarme yo. Eso sin entrar en el simplón concepto de la adolescencia. Seguro que he vivido situaciones de mucha responsabilidad que un simple adolescente no podría apreciar del mismo modo que un adulto. Del mismo modo, puedo haber actuado de una forma totalmente inversa. Eso, y no otra cosa ¿qué coño importa?

Soy insoportable. Ponerme a disertar y querer discernir aquello racional de aquello irracional, lógicamente, me parece un ejercicio de autodestrucción tan brutal, que ya no comprendo hacía dónde me dirijo. O puede que sí, pero tal vez no lo sepa aún. Incluso puede que sepa mi destino, pero temo no alcanzarlo, de manera que uno mismo se engaña para, en teoría, alcanzar otro destino, con la vaga creencia de que aún siendo peor que el anhelado, el hallazgo de la felicidad eterna (sic) o por lo menos una porción equiparable a la cantidad de tristeza, depresión y demás cerrodeúbedainidad del cerebro adolescente recaudad hasta el momento, parece algo asequible. Soy una mente demasiado grande para un cuerpo tal vez grande a los ojos de otro ser, pero que no es suficiente para albergar un ser tan inquieto como yo.

Es estos momentos en los que deseo lamerme los ojos, o uno de los dos, por lo menos. La búsqueda del sentido a unas palabras vertidas con desgana, pero a la vez escritas a conciencia, deseando tal vez encontrar una luz al final del trayecto. ¿Qué trayecto? Lo ignoro. A fin de cuentas, quién me asegura que aún no estoy en la línea de salida.

No creo en Dios. Tal vez ya lo hayáis podido imaginar. Bueno, yo lo aclaro. No creo en Dios, no por una razón de rebeldía, no por ateo, ni por agnóstico. No, no creo en Dios porque no me apetece. Porque como he podido elegir si quiero o no, me he quedado con el no, porque no le encuentro sentido. No creo en las virtudes de otro ser con el que halle mi salvación. Ni superior ni igual. Tan sólo creo que aquella mujer que sepa apreciar aquello que digo, que pienso, que siento, que quiero, que lógicamente también aprecio, que deseo...Esa será mi salvación.
No hay catarsis posible sin la entrega y la fe completa y absoluta de una unión indisoluble entre hombre y mujer, como en mi caso. Doy fe de ello. Soy un creyente de mis propias teorías. Yo lo llamo ser consecuente. Apartemos el momento de la mofa, del escarnio y de la burla. Mis momentos de hilaridad, mis momentos de cachondeo, son simplemente eso. Uno puede tomarlos como quiera, pero que sepa que tal vez está equivocado. Por eso no creo en Dios, porque en el caso de su interesante existencia, no puedo sino pensar que todo es una interpretación libre. O no tan libre, sino más bien subordinada. Subordinada a los deseos de quién desea elevarse hasta él, para ser adorado. Simplificando: aquellos que ordenan y controlan el poder, deforman la palabra de otros seres para su propio beneficio. No he descubierto nada, lo sé. Pero recuerda que hablamos de mis convicciones.

Y así, de este modo o incluso otros, afronto cada nuevo día. Sí, tengo más convicciones, pero tengo precisamente ahora, la convicción de que es mejor dosificar las cosas.

Por el mero hecho de que no quiero extenderme más por hoy, pues un juntaletras pedante sabe cuando y cómo debe terminar. No me soporto. Pero volveré.

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